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Viernes, 29 Marzo 2024

«Es mi obligación moral ayudar»: el terapeuta español que trata a los amputados de la guerra en Ucrania

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El terapeuta español Jorge Aranda visita regularmente desde hace un año el hospital de rehabilitación Halychyna de Leópolis, en el oeste de Ucrania.

«Es un milagro que nos haya elegido», afirma María Koval, jefa del departamento de rehabilitación médica de este centro.

Hay 90 militares ingresados en Halychyna y otros 200 en su otra sede de las afueras de Leópolis. A casi todos ellos le falta al menos un brazo o una pierna.

Aunque parece un número muy alto, en realidad son un reducido porcentaje del total.

En 2021 sufrieron amputaciones 17.000 ucranianos entre militares y civiles, 33.000 en 2022 y otros 24.000 en los en los primeros ocho meses de 2023.

Normalmente Jorge Aranda, osteópata de 42 años, se dedica a ayudar a personas que han perdido brazos o piernas por accidentes automovilísticos o ataques de tiburones.

Viaja todo el año y atiende a niños con necesidades especiales en América Latina, África, Europa del Este, España, Reino Unido y Estados Unidos.

Cuando tiene unos días libres, viaja a Leópolis para tratar a los militares ucranianos con miembros amputados.

En el hospital Jorge atiende a los pacientes más difíciles: los que no pueden dormir, se asustan con cada sonido o sufren los llamados “dolores fantasma”.

«El típico Jorge»

Jorge Aranda fundó en 2016 la fundación Hands with Heart (“Manos con corazón”) y desde entonces viaja con otros terapeutas por diferentes países para mejorar las vidas de niños con dolores óseos o musculares.

Llevaba dos años trabajando en Rumanía cuando de repente estalló la guerra no muy lejos de allí, en Ucrania.

Jorge se apresuró a prestar ayuda: llevó a ucranianos a España, trabajó con huérfanos y facilitó medicinas.

Entonces, confiesa, no tenía ningún sentimiento especial hacia Ucrania.

«Sentí que era mi deber moral. Podría pasarle a cualquier país y, si puedo ayudar, ¿por qué no?».

En la primavera de 2023, Jorge decidió ayudar de forma constante y viajó a Leópolis. A sus amigos no les sorprendió.

«Jorge es así. Podría trabajar en una clínica en Barcelona pero se va al desierto en Argentina para ayudar en un asentamiento que está desapareciendo, o a la selva de Costa Rica a atender a personas con necesidades especiales… Es el típico Jorge, mis amigos están acostumbrados«, bromea el propio terapeuta sobre sí mismo.

En Leópolis decidió hacer lo que mejor sabe: trabajar con niños especiales. Dar con ellos, asegura, no fue tan fácil.

Un día vio en la calle a una mujer con un bebé en su cochecito. Probablemente conozca algún centro de rehabilitación infantil, pensó, y entabló conversación.

En el centro de rehabilitación Halychyna lo recibieron con simpatía e interés.

Allí comprobaron sus diplomas y certificaciones. Para convertirse en osteópata Jorge estudió durante 9 años en Reino Unido y completó otros 5 de doctorado en España.

Jorge Aranda

Jorge en Leópolis. En su pecho está el emblema de su organización.

Primero le mostraron a Jorge la sección de pediatría y luego le preguntaron si quería ver a los militares que también trataban en el hospital.

La magnitud de lo que vio le sorprendió: «Todo estaba abarrotado, los militares hacían fila para que les atendieran», recuerda el osteópata.

Desde entonces, cuando visita Leópolis, pasa las mañanas con los niños y luego se queda hasta la noche con los soldados.

Un trabajo “delicado e invisible”

 Jorge no tenía miedo de trabajar con militares, pero asegura que es un desafío desde el punto de vista clínico.

Había tratado antes con personas que habían perdido las piernas en un accidente automovilístico o por la mordida de un tiburón, pero era una única lesión, algo que ya había pasado y que podía dejarse atrás.

Los soldados, en cambio, no solo se aferran a los recuerdos traumáticos, sino que continúan viviendo en el trauma porque todavía hay guerra.

Jorge dice que descubrió esto rápidamente.

Uno de sus primeros pacientes fue un militar con una compleja fractura de antebrazo. Trabajó con él y luego le pidió que hiciera algún movimiento que antes le resultaba doloroso.

Por lo general, la gente simplemente saluda o dobla los brazos. El soldado extendió las manos como si apuntara con un arma invisible, explica Jorge.

«Sí, ahora está mucho mejor», recuerda que dijo el soldado, que quería volver cuanto antes al frente.

«En ese momento realmente me di cuenta de dónde estaba y de que ahora estaba tratando con militares», asevera el osteópata.

¿Qué hace exactamente Jorge? Es difícil de explicar a muchos pacientes.

«Se trata de un trabajo delicado e invisible, pero se puede sentir con las manos. Estas técnicas mejoran la movilidad mecánica de la persona, actúan sobre el sistema nervioso, eliminan el estrés acumulado y mejoran el sueño», afirma Ihor Somov, doctor en medicina física y rehabilitación que trabajó con Jorge.

Jorge con un militar en el centro de rehabilitación Halychyna

A los osteópatas a menudo se les llama "médicos de las manos". En la foto, Jorge con un militar en el centro de rehabilitación Halychyna.

El español, por su parte, explica que la osteopatía no trata de aliviar síntomas, sino de encontrar el origen del dolor.

“A veces te duele la pierna, estás seguro de que te la torciste, pero en realidad puedes estar bajo mucho estrés y entonces el dolor es una expresión de ese estrés”, indica.

Antes de examinar manualmente los tejidos, les pregunta a los soldados sobre sus heridas: cómo ocurrieron y qué pasó después.

«Presto atención a cómo lo cuentan. A veces, darte cuenta de que no tienes mano y que tienes que construir tu nueva imagen social desde cero puede ser algo más traumático que la explosión de una mina», afirma.

Luego palpa los músculos del paciente, lo que ayuda a evaluar el estado de su sistema nervioso central y qué técnica manual puede ser más adecuada.

«Los pacientes no pueden explicar lo que les han hecho, pero entienden que están mejor porque les han aplicado varias técnicas osteopáticas», asevera Jorge.

Los fisioterapeutas también conocen algunas técnicas de la osteopatía, pero no todas, y además los osteópatas trabajan con órganos internos.

Un día Jorge atendió a un hombre con problemas en el estómago a quien una granada lo había impactado de tal manera que se le habían salido los intestinos e, incluso en la fase de rehabilitación, seguía sintiendo dolor.

«Pero la cavidad abdominal no forma parte del sistema musculoesquelético, no hay muchos músculos que se puedan activar o relajar. Por eso, los fisioterapeutas apenas tocaron su abdomen», explica Jorge.

Los “dolores fantasma”

La dificultad para dormir y la ansiedad excesiva son algunos de los problemas más habituales del personal militar.

«A veces están tan concentrados en lo que sucede afuera -dónde está el enemigo, de dónde viene el peligro- que hasta cierto punto pueden perder la capacidad de sentir lo que hay dentro de ellos», dice Jorge.

Otro problema son los “dolores fantasma”: la pierna y el brazo ya no están, pero todavía duelen y pican.

«A veces describen este dolor de una manera extrema: no solo pica, sino que se siente como, me describió un soldado, si le hubieran quitado la piel de la mano y estuvieran tratando de quemar esa mano sin piel”, indica.

Jorge ha conocido muchas historias impactantes.

Jorge y los militares ucranianos en plena rehabilitación en Halychyna

Jorge y militares ucranianos en plena rehabilitación en Halychyna.

Un hombre, afirma, observaba a través de binoculares las actividades de los rusos. Fue descubierto y disparado, probablemente por francotiradores. Desarrolló un neumotórax: no podía respirar.

«La bala afectó sus nervios, paralizándolo del pecho hacia abajo. No podía mover las piernas, pero con una mano se arrastró 4 kilómetros hasta la posición ucraniana más cercana, donde lo ayudaron», explica el doctor.

Jorge recuerda a otro paciente cuya historia le sorprendió: tenía brazos y piernas, pero su columna estaba muy dañada. “Pregunté: ¿cómo es eso? ¿Fue por la explosión?»

Era un camionero que llevaba 6 meses en cautiverio. Lo mantenían en un espacio reducido donde no podía sentarse y tenía que permanecer de pie con las manos en alto todo el tiempo «mientras los rusos lo golpeaban y empujaban constantemente».

«Pasó por mucho sufrimiento. Pero lo más interesante es lo feliz que se sintió después. ‘¡Estoy vivo!’, repetía una y otra vez«, recuerda Jorge.

Son historias tan extremas que para personas no familiarizadas con este tipo de situaciones pueden resultar «demasiado fuertes”, afirma el español.

Además de las preocupaciones por la seguridad, esta es otra razón por la que aún no ha invitado a compañeros de su organización Hands With Heart a Leópolis.

«Imagina que entras en una habitación donde soldados sin piernas ni brazos están haciendo ejercicios. Te dicen que trabajes con ellos y te cuentan una historia que puede abrumarte».

«Estos muchachos no quieren a alguien que vaya a venir a llorar con ellos. Quieren a alguien que sea fuerte y sentir que están en buenas manos», asegura.

Dentro de Halychyna

Pese a la advertencia de Jorge, me sentí lo suficientemente fuerte como para ir al centro de rehabilitación y conocer a sus pacientes y compañeros. Después de todo, escribo mucho sobre las tragedias que enfrenta Ucrania todos los días.

Pero ya en las puertas del hospital me di cuenta de que había sobrestimado mis capacidades.

Un soldado, y después otro, iban apareciendo y sentí que se me hacía un nudo en la garganta de emoción.

Sabía una regla sobre cómo comportarme con los soldados amputados: no ayudar si no me lo piden.

Así que al ver a un hombre sin una pierna tratando de abrir una puerta pesada no fui hacia él, sino que le pregunté si necesitaba ayuda.

«No, no, de ninguna manera», respondió.

Intenté saludar e intercambiar algunas palabras con los militares que vi, y poco a poco me fui recuperando.

Una vez dentro, al principio parecía que a esta clínica estatal le faltaba dinero, equipamiento moderno y colores en general.

Pero no era del todo así.

La primera sala a la que entré resultó ser un «cine». El equipo se compró con el dinero aportado por donantes. Aquí los jóvenes ven películas seleccionadas por un psicólogo y también pueden jugar a videojuegos con gafas de realidad virtual.

Me mostraron un video de muchachos con gafas esquivando obstáculos. Es parte de la rehabilitación, para ganar confianza en su nuevo cuerpo.

Cerca del cine me encuentro con uno de los pacientes de Jorge, Mykola Vyuk, de 40 años.

Mykola, carpintero de profesión, recibió metralla en el cuerpo; una de sus piernas fue amputada por completo y de la otra le quedaron 2 centímetros.

Se trata de un caso difícil para Ucrania y el paciente está esperando una prótesis de Estados Unidos. En rehabilitación aprendió a nadar y practica escalada en un rocódromo.

Mykola y Jorge.

                                  Mykola y Jorge.

“Nada es normal”

En dos años ha habido más de 1.000 alertas antiaéreas en Ucrania.

Los ciudadanos de Leópolis están tan acostumbrados que muchas veces no se refugian cuando escuchan el sonido.

Jorge se ha adaptado a las «costumbres locales», siempre lleva consigo una «mochila de ansiedad» y tampoco suele ir al refugio.

Jorge y el personal del departamento de rehabilitación

                   Jorge y el personal del departamento de rehabilitación.

«Para sobrevivir la gente se convence de que todo es normal, aunque en realidad nada de lo que está pasando es normal«, declara.

Asegura haber aprendido mucho de los niños con necesidades especiales. Cuando hay un ambiente de tensión en Leópolis, los niños con los que trabaja en el hospital «empiezan a volverse locos», explica.

Es un comportamiento natural, ya que la mayoría de ellos carecen de ciertas habilidades cognitivas y expresan su ansiedad con reacciones físicas.

«Durante la ansiedad, nuestros cuerpos se vuelven locos como el de ellos. Nosotros les decimos que ‘se callen’, pero solo por decirnos a nosotros mismos que debemos ignorar algo, eso no desaparece«, dice el terapeuta.

Así, con cada alerta antiaérea, las personas reciben una pequeña porción de estrés que se acumula a las anteriores.

Y, además del peligro procedente del cielo, existen otras fuentes constantes de ansiedad.

«Uno de los terapeutas aseguró desconocer cómo será para él la próxima semana; tal vez lo movilicen y esté luchando en el frente», indica Jorge.

Jorge tiene la intención de traer próximamente terapeutas voluntarios de otros países para ayudar a los militares y a otros pacientes ucranianos, y mostrarles que «no están solos».

Tras el fin de la guerra habrá un «boom de médicos extranjeros» en Ucrania, cree el español.

Sus planes aquí

A Jorge le encanta Leópolis. Si no fuera por la guerra, confiesa, le gustaría que sus amigos vinieran aquí el fin de semana.

El español también valora la amabilidad y las muestras de agradecimiento de la gente local.

Una vez viajaba de Polonia a Ucrania y una mujer le regaló una barra de chocolate. «Le pregunté por qué lo hizo y ella respondió: ‘Por ayudarnos’«. Me suceden a menudo este tipo de historias conmovedoras, realmente me siento bien aquí».

Jorge tiene muchos planes en Ucrania.

Asegura que él y los voluntarios de su organización Hands With Heart están recibiendo muchas invitaciones de países de África y América Latina.

«Pero les digo que no a todos. Queremos conservar nuestros recursos para Ucrania».

Cuando acabe la guerra también quiere emprender un proyecto de rehabilitación social de los militares.e tiene como hobby surfear y su organización ofrece atención médica gratuita en el campeonato de surf paralímpico o adaptado.

Estas personas desafían las olas habiendo perdido los brazos, las piernas o la visión en competiciones en todo el mundo, desde Australia hasta Hawái o Costa Rica.

«Es increíble ver cómo se apoyan unos a otros, incluso bromean sobre sus lesiones. Para mí es todo un privilegio ver tanta pasión por la vida, por seguir adelante», afirma el osteópata.

Y cree que para la comunidad del surf adaptado sería un honor contar con personas como Mykola Vyuk, que perdió ambas piernas en la guerra.

«Es importante que la gente sepa que no está sola», sentencia.

FUENTE: BBC NEWS MUNDO

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